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Saltar también es camino

No me canso de ver a los niños del Caribe colombiano cuando se lanzan al agua desde la punta de las canoas, murallas, árboles y rocas monumentales. Recuerdo la frase de Clarice Lispector: “Perderse también es camino”. Después me pregunto: ¿saltar será también camino?; no demoro en responderme que sí lo es, pues saltar desde la punta de una canoa es el único trayecto que no tiene piedras, que no tiene obstáculos. Todo fluye, el agua los recibe, los abraza; y el sonido del chapuzón es una de las canciones de la libertad. Es un camino breve que deja recuerdos, recuerdos de los que quizá no se divorcien para mantener viva la infancia.

Para ellos jugar es restarle importancia al tiempo, es asomarse a un mundo donde no hay angustias. Mientras saltan gobiernan el escenario de agua, ese entorno que los hace sentir que la vida no es un suspiro amargo. Ellos sí saben lo que es poner los pies en la tierra y sentir un amor transparente por su terruño. Saben también acariciar el agua y tenerle confianza: ella les atesora sus alegrías, y esas alegrías no se extravían, no son inabordables. Cuando ellos crezcan y contemplen el agua con su paisaje las encontrarán bailando con la turbulencia del río, o con la quietud de la ciénaga.

El agua no traiciona, los recibe. La caída libre no es peligrosa en ese momento. Saltar sin desconfiar hace alusión a una sabia frase de Eduardo Galeano: "Yo no quiero morirme nunca porque quiero jugar siempre". Los chapuzones, el ritual inherente a la cotidianidad de los niños fotografiados en Mompox (Bolívar), Valledupar (Cesar) y Bomba (Magdalena).

Saltar es un viaje sin boleto, es un divertimento que abraza su libertad, y es tan indeleble a su vida cotidiana que cada salto tiene un nombre de acuerdo con la postura del cuerpo a la hora de lanzarse; son nombres que ya todos conocen, nombres que determinan entre ellos: el salto del trompo (dan vueltas en el aire antes de tocar el agua), el salto del murciélago (imitan a este animal cuando duerme), el salto de la estrella (se tiran con los brazos levantados y separan las piernas como una estrella de mar), el salto de la plancha (pegan los brazos al cuerpo y se lanzan) y el salto de la piedra (juntan las rodillas con el pecho y rodean sus piernas con los brazos).

Saltar es un camino sin obstáculos ni miedos, y en ese camino quedan grabadas las alegrías, alegrías que bailan con la melodía del chapuzón.
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